sábado, 15 de mayo de 2010

Cap 1: Llamando a Pandora

Nací en Madrid, viví en Madrid y moriré entre sus susurros.
No es gran cosa lo que se pueda decir de mis vidas. Realmente no es nada bueno lo que
se pueda decir de mí. No creo permanecer de manera positiva en la mente de nadie
que haya intentado conocerme. Tampoco nadie permanece en la mía. A pesar de esto en algún momento fui feliz, debo admitir. En la mayoría sentí indiferencia.
Creó que es porque cada célula de mi piel se mueve por hedonismo. Es como el sida, te las va matando lentamente, una a una.
Esto conlleva que mii modus operandi se base en dejarme llevar y usarlo como escusa.
Aún así, me han querido y he querido, pero nada acabó bien. Será porque es complicado resolver un problema de estequiometría cuando el rendimiento de un componente varía, ¿verdad? Es lo malo que tengo, a nadie le apetece resolver problemas en sus ratos libres.

Una vez presentado grosso modo a mi persona, comencemos destapando mi caja de Pandora. Desde pequeño colecciono promesas sin cumplir, monedas extranjeras y fotos de todas las mujeres que pasan por mis labios. La que me ocupa más es la primera colección, sin dudarlo. Hace ya tiempo que no miró ninguna de ellas, están al fondo de mi caja.

Encima de ellas esta Abril, con mayúscula si, para mi es un nombre propio. Todos y cada uno de ellos, mis abriles, los he perdido. Envidió a todo el que haya vivido uno. Al que haya sonreído durante su lluvia o al que haya llorado de felicidad.
De ellos hay siete en los que recuerdo haber muerto. Pero desvelarlo ya sería comerme toda mi vida en pocas líneas y tristemente da para algo más.
Lo dicho, alguien decidió robarme Abril, y regalarme los demás meses del año, pero aún así, duele el vivir sujeto a un mes menos que el mundo.

Un poco más a la derecha se encuentra un órgano podrido. Debería estar palpitando o por lo menos latiendo, pero padece de un Alzheimer desarrollado desde joven. Al contrario que su dueño, que recuerda cada huella que fue dejando, aunque les resta importancia. Será que no supe como alimentarlo o cuidarlo, nunca se me dio bien empatizar con la gente ni conmigo mismo. Hay que me dijo que padecía aquel síndrome denominado Asperger. Quizás lo tuviera, quizás no, es un tema que ni a mi me importa.

Encima esta mi panacea con nombre de bebida alcohólica materializada en mujer.
La única que consiguió cerrar mi caja con llave y tirarla al mar. Pero el mar todo lo devuelve, sobretodo cuando se tratan de errores y lágrimas.

Si miras un poco más, al lado puedes verme. Saca esa pequeña figura de un gato.
Ahí me tienes. Un gato, sí señor, uno salvaje, imposible de domesticar, jamás se sintió habitante de ningún lado. Un gato que disfruta con las luces de la noche sobre sus hombros, comiendo lo que encuentre. Uno que se creyó el rey de las calles, uno que creyó dominar a los perros…
Un gato de frente arrugada, con sus siete vidas y sus correspondientes muertes.

3 comentarios:

poetadebotella dijo...

bonito texto!:)
ah! por cierto...compartimos modus operandi, eso de dejarse llevar y usarlo como escusa.
muah

Víctor Manuel Garre dijo...

Penny Lane, bonito texto :)
Ay :)

Ester L. dijo...

A-M-O E-S-T-E T-E-X-T-O
*____*

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